Sagrada Familia de El Greco.
Las Navidades son fechas clave
para la reflexión, son días para pensar sobre la hipocresía que nos rodea y
para hacer balance del año que dejamos y de mirar con cierta esperanza al año
venidero. Este año se han consolidado las disputas entre parientes, han salido
a la luz las frustraciones, la incomunicación y el desacuerdo sobre quién y
cómo debe cuidar de la abuela que lleva año y medio viuda. Un día que volvía
con ella a casa tras haberla acompañado a misa, me dijo que no era más que una
vieja inútil, que lo único que quería era morirse, que su existencia era insignificante
ahora que había muerto el compañero de su vida. Lo único que supe decirla fue “no digas eso, yo te quiero mucho”
mientras nuestras miradas se encontraban, ambas con los ojos acuosos en
lágrimas.
Nunca me han gustado las grandes
celebraciones familiares, ya que aunque nos sentemos demasiados alrededor de
una mesa, con más bien pocos guardo cierta complicidad y cariño. Tener que ir a
los pueblos castellanos que en invierno se hayan siempre cubiertos por una
niebla espesa, donde siempre hace demasiado frío. La niña con fuertes inclinaciones
intelectuales, la que se quejaba de andar preparando cenas y recogiendo la mesa
mientras los hombres estaban en el bar o con las copas de sobremesa. La niña
rara que siempre andaba a cuestas para establecer relaciones sociales en el
pueblo. La niña ácrata y respondona en las discusiones políticas en comidas y
cenas, discusiones en la que únicamente los hombres hablaban. La niña que
carecía de diplomacia. La niña bonita de ropa extravagante. La niña que era
incapaz de amoldarse a las convenciones sociales de sus parientes de un pueblo
castellano, paletos interesados únicamente en las fiestas de su pueblo y sin
ningún tipo de horizonte. La niña que sentía nauseas al tener que convivir en
un ambiente católico y machista.
Aunque desde hace poquitos años
las fechas señaladas en el calendario en Navidad han sido celebradas únicamente
por la familia nuclear, donde los conflictos y la incomunicación son mucho más
fuertes que en la familia extensa. Una familia católica y numerosa, un cabeza
de familia cuya única responsabilidad ha sido traer a casa su nómina, una
nómina por encima de la media, un hombre respetado y valioso en su profesión, y por ello, por cumplir tan bien, por poder
cubrir las necesidades de su mujer y sus cachorros, siempre se ha mantenido
ausente de todo lo demás. Una mujer demasiado guapa, dependiente, sumisa, sana
y fértil, la perfecta ama de casa. Una buena ama de casa sin amistades, sin
vida social, una buena ama de casa que prepara para cenar croquetas caseras,
que va al mercado, que lleva al tinte los caros trajes de su marido, que se
queda siempre en casa esperando que necesitan de ella los demás. Una mujer frustrada y dolida, que explota
demasiadas veces en ataques de ira, gritando, insultando, tirando y rompiendo
todo lo que encuentre a su paso. Otras veces la da por llorar y llorar sin
moverse de su cama. Cuando era pequeña mi madre me daba miedo, nos perseguía
gritando, nos azotaba el culo con la zapatilla por tener la habitación
desordenada, destrozaba los dibujos de mi hermano mayor porque no se podía
tener un montón de papeles y de pinturas por ahí tiradas sin recoger.
Tengo que estar agradecida por
tener un trabajo temporal durante estas Navidades, no por el mero hecho de
tenerlo, sino por estar tanto tiempo fuera de casa, por tener jornada partida y
tener que trabajar todos los días, librando únicamente el día de Navidad y Año
Nuevo. Pero ahora sólo hay lugar para el trabajo precario y temporal. Al margen
de la campaña de Navidad donde trabajo más horas que antes, durante los meses
de atrás lo que me llega a mi cuenta cada mes no llega ni a los 300 euros, y de
momento no me ha salido otro trabajo. Seguir bajo las cuatro paredes de mi casa
me bloquea. No sé si por suerte o por desgracia he vivido con mi familia en
varias ciudades y diferentes casas, así al menos la mala energía no se ha
quedado acumulada en el mismo espacio.
“¿Por qué estás enfadada? Siempre tienes cara de rancia.” “Mira que es
mala la niña”. Por muchos años que cumpla siempre seré la niña, soy la
hermana menor y la única mujer. Después de parirme a mí, mi madre quedó
embarazada en dos ocasiones, pero ambas veces tuvo un aborto natural. Durante
mi adolescencia fantaseaba con tener una hermana pequeña, alguien a quien tener
de confidente, alguien a quien darle cariño y confianza, darle todo aquello que
a mí no me dieron ni mis padres ni mis hermanos. Yo la hablaría de sexo siempre
que me preguntara, yo la enseñaría a ponerse su primer tampax, a sentirse
orgullosa de su cuerpo, la apoyaría en todo aquello en lo que creyera, a que
creciera fuerte y a quitarla de la cabeza todos los miedos que me metía mi
madre por el mero hecho de ser mujer, la protegería y la mantendría alejada de aquella persona que a mí me hizo tan daño.
Sigamos con la sonrisa en la cara, haciendo brindis colmados
de hipocresía y de odio. Sigamos con esta gran farsa a la que llamamos familia,
que estamos en Navidad.