viernes, 1 de septiembre de 2017

Fantasmas


A veces me siento extraña envuelta en la luz que hay en España, en esos cielos azules y brillantes. Hecho de menos la lluvia y los días grises de Gales, y cuando de vez en cuando llueve aquí, me acuerdo de los días tristes y melancólicos que pasaba aguardada en casa bebiendo té negro y mirando la lluvia por la ventana. A ratos pienso que tanto sol da una sensación de perfección y felicidad de plástico, irreal. Parece que ha pasado una eternidad desde que dejé esas tierra verdes y llanas. Me cuesta acostumbrarme al bullicio de Madrid, a sus distancias, sus torres de edificios. Una claustrofobia urbana que te atrapa, que no te deja respirar. Llevo dos semanas sola en casa, disfrutando de placeres tan nimios como leer sin ser interrumpida por las constantes interrupciones de mi madre buscándome y llamándome por la casa.

Cuando volví a España con una sobredosis de alegría y liberación al haber revelado el abuso a mi familia y no tener ningún tipo de contacto con mi hermano, pensé que la vuelta iba a ser fácil, que enseguida tendría un empleo medianamente decente y suficienta independencia económica. Pero no, España sigue sumida en una miseria en la que resulta en muchísimas ocasiones imposible acceder a cosas tan básicas como un salario que te permita cubrir un alquiler, alimentos, transporte...
A partir de hoy estoy de nuevo desempleada, y es probable que conseguiré pronto un empleo, pero seguramente de duración temporal y un salario miserable. Además de eso, he decidido endeudarme con la universidad pública, sin perder todavía la esperanza de poder especializarme en lo que he deseado siempre, y labrar mi futuro profesional en la lucha contra la violencia sexual y en la defensa de los derechos humanos de las mujeres y la infancia.

Nunca me he encontrado también conmigo misma hasta ahora, cada vez duermo mejor, no tengo tantos flashbacks, ni pensamientos obsesivos negativos, apenas me autolesiono, mi autoestima va creciendo día tras día y la realidad cada vez es más pura, no hay tantas nebulosas de miedo flotando por el aire. Mi capacidad de concentración ha aumentado, y hasta los colores son más nítidos. Por primera vez en la vida, no tengo nada con ningún hombre ni busco a ninguno, y me siento muy liberada.

A pesar de todo este balance que es por supuesto positivo, no deja de haber días en los que me  invaden la desazón, la apatía y la tristeza; sintiéndome sola en una sociedad donde la familia y la monogamia son los pilares relacionales, afectivos y de seguridad básicos. Por un lado es algo que ya tengo bastante asumido, que mi relación con mi familia está y seguramente estará podrida, y que tengo muchas dificultades para establecer una relación de pareja.

En estas dos últimas semanas sólo me he relacionado en el trabajo y un par de veces con un amigo. Mañana ya llegan mis padres, y me sorprende en cierto modo que quiera verlos, estos últimos días han sido más tristes. Supongo que por el pasar tanto tiempo sola, ya que llega un punto en el que empiezas a deprimirte, y también porque hace un par de días tuve sesión con mi psicóloga y ya vamos a ir empezando a adentrarnos en las oscuridades del trauma. En los últimos meses no me he dedicado demasiado a la introspección, de hecho la he dejado apartada a propósito por primera vez en la vida, y por supuesto que tengo miedo en volver al trauma para poder salir más fortalecida. Ya he empezado con la técnica EMDR y supongo que dentro de pocas sesiones me dará un diagnóstico.
Hoy es uno de septiembre, en cierto modo empieza el año. El verano ya está terminando, y como tantos veranos de mi vida, ha sido un verano sin vacaciones, de asfalto y de muy poca vida social. Las tardes cada vez son más cortas, las temperaturas han bajado en los últimos días y me siento insegura para el nuevo comienzo.

Anoche me desperté de madrugada con un dolor de cabeza horrible, con escalofríos y malestar de estómago. Tras beber agua y ponerme una toalla mojada en la frente volví a la cama pero seguía retorciéndome, hasta que volvía a levantarme para vomitar bilis varias veces.

Porque, aunque esté mejor que nunca, los fantasmas nunca duermen.