jueves, 9 de agosto de 2012

Como un niño pequeño, pero también un pirado y un sádico



No era la primera vez que nos veíamos, aunque cuando te conocí quizás no era el momento ni el lugar. A veces puedo resultar algo retraída para las artes del cortejo, otras veces puedo resultar demasiado descarada, dando lugar a situaciones violentas. Eso depende de cómo ande a nivel emocional. La primera vez que nos vimos intercambiamos algunas palabras, nada del otro mundo, pero nos buscábamos con la mirada. Recuerdo que volví a verte sentado en una terraza de tu plaza, y nos miramos, pero yo no dije nada, ni tú tampoco.

Me mudé de ciudad siendo tú uno de aquellos hombres que estaban en mi lista mental, uno de aquellos hombres con el que no había tenido nada, aunque me hubiera encantado follarte en su día. Pero ni en la anterior ciudad ni en la actual ha sido el reencuentro. Ella me dijo cuando iba para su pueblo que el grupo de su hermana también iba a tocar en el festival, entonces caí en la cuenta de que te vería, y así fue.

Llegué a la casa retirada poblada de árboles frutales, de huertas y gallinas. Pero también estaba poblada de personas descarriadas que veníamos de paso, al festival, todos músicos menos yo. Nos encontramos en el pasillo estrecho cuando yo iba para el baño y tú salías. Me miraste de arriba abajo, estábamos demasiado cerca y yo con poca ropa. Apareció el patriarca de la casa y tú saliste hacia la pérgola de enredaderas. Ya no recuerdo si volví a verte, pero sé que pasaste la noche fuera. Al día siguiente nos volvimos a ver, y tonteábamos en la cocina mientras hacía que hacía el café.

Ya en la piscina veía tus intenciones, y mientras jugábamos a ahogarnos, a la vez nos pegábamos. Sentí tu puño dentro de mis entrañas antes que tus labios en mi boca. Supongo que los demás se daban cuenta, pero no había forma de que nos dejaran a solas, quería que se fueran para que me reventaras a tus anchas. Una vez que se marcharon, pensando que estábamos a solas, entramos en la casa para estar más cómodos, pero el patriarca seguía dentro imponiendo sus leyes sexistas y autoritarias. Me vestí a toda prisa mientras me daban voces, y ya fuera de la casa fuimos al parque a continuar lo comenzado. Todos los ahí reunidos éramos una panda de chalados, y algunos más politoxicómanos que otros. Apenas te conocía y no sabía si eras así, si estabas colocado o que, me daba igual. No había manera de hablar en serio, parecíamos niños en el patio del colegio. Pero no nos podíamos entretener demasiado porque no sabías a qué hora tocabas.

Volvimos a escaparnos a la noche, no sé cómo me aguantabas, supongo que por pura excitación, ya que fui tan impertinente como una niña pequeña y mimada. Pero tú también, tu también eres como un niño pequeño, pero también un pirado y un sádico, una mezcla demasiado atractiva para mí. Empezamos a mordernos, a arañarnos, a tirarnos del pelo. Mi coño no paraba de derramar cascadas de placer. Con las rodillas ensangrentadas huía como una lagartija escurridiza de tus muestras de cariño mientras te castigaba sin correrte. Yo no sé cuantas veces me corrí, pero a ti no te dejé que lo hicieras. Hubo algunas cosas que no me gustaron, y te lo dije, pero a ratos no me hiciste caso, por eso te castigué. Pero no podíamos parar. Yo estaba de pie, sin que me tocaras, sin tocarme, pero mi coño seguía por libre.

Cuando la atracción y la repulsión se funden lo único que tiene lugar es el desconcierto, no sabes por dónde puedo salir. Ahora me arrepiento, ahora me arrepiento. Demasiado tarde ya que no estás. Lo siento, lo hice mal, y no has sido el único. Hay hombres despreciables fruto de un mundo misógino, y hay mujeres perversas y taradas fruto de un mundo misógino. 

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