No era la primera vez que nos
veíamos, aunque cuando te conocí quizás no era el momento ni el lugar. A veces
puedo resultar algo retraída para las artes del cortejo, otras veces puedo
resultar demasiado descarada, dando lugar a situaciones violentas. Eso depende
de cómo ande a nivel emocional. La primera vez que nos vimos intercambiamos
algunas palabras, nada del otro mundo, pero nos buscábamos con la mirada.
Recuerdo que volví a verte sentado en una terraza de tu plaza, y nos miramos,
pero yo no dije nada, ni tú tampoco.
Me mudé de ciudad siendo tú uno
de aquellos hombres que estaban en mi lista mental, uno de aquellos hombres con
el que no había tenido nada, aunque me hubiera encantado follarte en su día.
Pero ni en la anterior ciudad ni en la actual ha sido el reencuentro. Ella me
dijo cuando iba para su pueblo que el grupo de su hermana también iba a tocar
en el festival, entonces caí en la cuenta de que te vería, y así fue.
Llegué a la casa retirada poblada
de árboles frutales, de huertas y gallinas. Pero también estaba poblada de
personas descarriadas que veníamos de paso, al festival, todos músicos menos yo.
Nos encontramos en el pasillo estrecho cuando yo iba para el baño y tú salías.
Me miraste de arriba abajo, estábamos demasiado cerca y yo con poca ropa. Apareció
el patriarca de la casa y tú saliste hacia la pérgola de enredaderas. Ya no
recuerdo si volví a verte, pero sé que pasaste la noche fuera. Al día siguiente
nos volvimos a ver, y tonteábamos en la cocina mientras hacía que hacía el
café.
Ya en la piscina veía tus
intenciones, y mientras jugábamos a ahogarnos, a la vez nos pegábamos. Sentí tu
puño dentro de mis entrañas antes que tus labios en mi boca. Supongo que los
demás se daban cuenta, pero no había forma de que nos dejaran a solas, quería
que se fueran para que me reventaras a tus anchas. Una vez que se marcharon,
pensando que estábamos a solas, entramos en la casa para estar más cómodos,
pero el patriarca seguía dentro imponiendo sus leyes sexistas y autoritarias.
Me vestí a toda prisa mientras me daban voces, y ya fuera de la casa fuimos al
parque a continuar lo comenzado. Todos los ahí reunidos éramos una panda de chalados,
y algunos más politoxicómanos que otros. Apenas te conocía y no sabía si eras
así, si estabas colocado o que, me daba igual. No había manera de hablar en
serio, parecíamos niños en el patio del colegio. Pero no nos podíamos
entretener demasiado porque no sabías a qué hora tocabas.
Volvimos a escaparnos a la noche,
no sé cómo me aguantabas, supongo que por pura excitación, ya que fui tan
impertinente como una niña pequeña y mimada. Pero tú también, tu también eres
como un niño pequeño, pero también un pirado y un sádico, una mezcla demasiado
atractiva para mí. Empezamos a mordernos, a arañarnos, a tirarnos del pelo. Mi
coño no paraba de derramar cascadas de placer. Con las rodillas ensangrentadas
huía como una lagartija escurridiza de tus muestras de cariño mientras te
castigaba sin correrte. Yo no sé cuantas veces me corrí, pero a ti no te dejé
que lo hicieras. Hubo algunas cosas que no me gustaron, y te lo dije, pero a
ratos no me hiciste caso, por eso te castigué. Pero no podíamos parar. Yo
estaba de pie, sin que me tocaras, sin tocarme, pero mi coño seguía por libre.
Cuando la atracción y la
repulsión se funden lo único que tiene lugar es el desconcierto, no sabes por dónde
puedo salir. Ahora me arrepiento, ahora me arrepiento. Demasiado tarde ya que
no estás. Lo siento, lo hice mal, y no has sido el único. Hay hombres
despreciables fruto de un mundo misógino, y hay mujeres perversas y taradas
fruto de un mundo misógino.
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