jueves, 30 de agosto de 2012



Lo peor eran las noches. Antes, el sueño había sido su único refugio frente a las pesadillas de la realidad; en cambio, ahora las pesadillas se abrían paso hasta el santuario de su descanso. Las noches, mientras permanecía con los ojos abiertos contemplando la oscuridad, luchaba desesperadamente contra el sueño temiendo verse acosada por imágenes repugnantes y recuerdos terribles. Pero, como no podía evitar el sueño completamente, se adormecía para sufrir luego continuos sobresaltos. No a causa de pesadilla alguna, sino por efecto de su miedo inconsciente a los terrores del sueño. Y, si bien esos terrores no adquirían ninguna forma definida, siéndole imposible identificar cuál de ellos era el que la roía en lo más íntimo, en realidad el verdadero terror sin nombre era un miedo incontenible, letal y torturante: el miedo a perder la razón. 

Nacida inocente.  Gerald Di pego, Bernhardt J. Hurwood

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