domingo, 4 de octubre de 2009

Psiconavegancia.



Ahí estaban, sobre la mesa de madera maciza de pino, perfectamente envueltos en papel de plata, esperando ser degustados para que a través de ellos, alcanzar el éxtasis. Cuando fui a comerme mi parte, el ya se los había comido. Me los meto en la boca, apenas sin saborearlos, para que no quede mucho rastro de ese sabor tan rancio. En cuestión de pocos minutos, empiezo a notar que mi cuerpo pesa tres veces más de lo normal, noto mucho más el efecto de la gravedad sobre mi cuerpo, así que decido sentarme en el sofá, en el cual, sus cuadros verdes, comienzan a ser tridimensionales y a ir despacito hacia delante y volver otra vez hacia detrás. Las líneas de los cuadros antes rectas, ahora comienzan a serpentear.

El se sienta junto a mí. Mi verborrea a cerca de lo que estoy sintiendo aumenta cada vez más, entonces él, sitúa su dedo índice sobre mis labios, indicando que guarde silencio, y me dice que cierre los ojos. Los cierro y me callo. Empieza de repente una orgía de colores y figuras cuyo recorrido no tiene sentido alguno y posee una velocidad desmesurada. Veo palmeras, estrellas, pájaros de colores que se mueven deprisa, muy deprisa. Noto su mano acariciando mi nuca y entrelazando sus dedos sobre mi pelo, y entonces, empiezo a excitarme. Mi cuerpo se empieza a zambalear, el sólo, sin que el me roce ni una célula de mi cuerpo, sin que yo me acaricie mi sexo, y entonces, va a más y rompo en una cadena de orgasmos y los colores y figuras van cada vez más rápido, muy rápido. Sólo es mi cuerpo, sólo mi cuerpo. Mi alma se separa de mi cuerpo, y me veo desde arriba, disfrutando de la mejor cadena de orgasmos que he tenido en mi vida, y que ha sido provocada por una mano invisible.

Todo cesa, y yo extasiada le miro y me voy deslizando torpemente por el sofá sin saber a qué postura quiero llegar. El comienza a hacerme fotografías mosqueado por no haber tenido una cámara de vídeo para haber filmado aquel sublime, desgarrador, hermoso y psicodélico espectáculo. Aquellas fotos de tan mala calidad por haber sido disparadas con un móvil y con la habitación medio a oscuras, muestran el bello cuerpo de la diosa Afrodita, cuyo poder sobre el placer no puede ser mundano, sino divino.

Se acerca hacía mí y comienza a besarme. Sus rastas comienzan a tener vida propia, se mueven, y se muestran simpáticas hacía mí, a pesar de parecer las patas de una tarántula gigante. Su rostro va mutando. Le digo que me acerque hasta el baño, mi cuerpo no se puede mover por sí solo. Me lleva hasta el baño de la misma forma que yo cogía a mi Celia andadora para que andara. Me siento sobre el water y meo, y él como de costumbre está empalmado. Bajo el elástico de su bañador hawaiano y comienzo a chupar con delizadeza la polla más bonita que he visto en mi vida. Noto que soy una ría que desemboca en un mar, de noche.

Volvemos al sofá para fumarnos un porro de marihuana tranquilamente. El salón se llena de lucecitas azules, y más tarde, dejan paso a las flores de Lis. Observo como los altavoces intentan ligar conmigo, pero la tele me sonríe, y eso me tranquiliza.

Salimos a la terraza para observar lo que hay fuera. Los bloques de enfrente me sonríen y me guiñan los ojos. Esos edificios son pura dulzura y simpatía. Nos caemos bien. Miro al horizonte, ahí, dónde está el límite, el límite entre el mar y el cielo. Puedo ver perfectamente la hilera de volcanes en erupción. El color de la lava es tan intensa, que no puedo parar de mirarla. Es una noche de verano pero refresca un poco, se nota la brisa del mar.

Todos los interrogantes se esfuman, para dar paso a un conociento absoluto.