lunes, 5 de noviembre de 2012

Tu muñeca



Hace casi un año de esa noche que estuviste en mi cama por unas horas. Las veces que hemos podido vernos  casi siempre ha sido así, durante unas pocas horas,  de noche y a escondidas. Días antes me metía cada dos por tres en el correo para ver si me contestabas. Al final me dijiste que sí, sin saber todavía a qué hora vendrías, cuándo llegabas.

Como buena masoquista hice ayuno, y estuve todo el día como una moto porque dentro de mi cuerpo había cientos de mariposas. Estaba demasiado ilusionada y era incapaz de admitir que pasaría lo de siempre, que lo de esa noche iba a ser algo puntual.  Faltaba poco para que llegaras y me fui a la farmacia a comprar condones mientras iba pensando por el camino si todo iba a salir bien, si en cuerpo y alma yo estaría sincronizada, que iba a estar a gusto, que no tendría flashbacks.

Apenas entraste por la puerta me miraste con deseo, y yo te devolvía la mirada con coquetería, como una Lolita que se niega a crecer. Me besaste y me dejé hacer. Follé contigo como una autómata, con absoluta sumisión. Era tu muñeca y me tenías a tus pies. No sé si lo percibías. Estaba muy excitada, pero no pude  correrme. Cuando te conocí tuve los mejores orgasmos de mi vida, cadenas que no terminaban nunca, que me cortaban la respiración y me dejaban afónica, pero cuando nos hemos visto otras veces he sido incapaz. Me daba la sensación de que para ti era simplemente un cuerpo, una cosa bonita con la que poder masturbarte.

Haciendo un paréntesis entre sudores y gemidos me dijiste que esta sería la última vez. No me lo dijiste al principio, al entrar en mi casa; no sé si por cobardía, o por no echar a perder esa oportunidad de follar conmigo. Te pesaba la culpa de la infidelidad, y eso me hacía sentir peor todavía, como si fuera algo personal. Pero lo que más me dolía era el tener que enfrentarme a otro rechazo, a otro abandono.

Volvimos a follarnos aprovechando el poco tiempo que nos quedaba, y cuando al final te fuiste no te marchaste solo, te llevaste algo profundo de mí y me dejaste sola, sintiendo ahogo y un enorme vacío. Pensaba en cómo sería ella, alguien con un físico agradable, una chica de coño rasurado y con buena salud mental. Pero también me preguntaba por qué viniste a verme. Si era porque ella no tenía mis curvas, ni unos ojos de culebra, si no tenía unos pechos y unas nalgas firmes y turgentes, unos labios carnosos. Me preguntaba por qué viniste a buscar mi ano, mi garganta, mi coño empapado. Me preguntaba si sólo venías a por mi cuerpo de muñeca o por algo más.



Quiere y no puede 
lo sabe y llora 



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