Hace casi un año de esa noche que
estuviste en mi cama por unas horas. Las veces que hemos podido vernos casi siempre ha sido así, durante unas pocas horas,
de noche y a escondidas. Días antes me
metía cada dos por tres en el correo para ver si me contestabas. Al final me
dijiste que sí, sin saber todavía a qué hora vendrías, cuándo llegabas.
Como buena masoquista hice ayuno,
y estuve todo el día como una moto porque dentro de mi cuerpo había cientos de
mariposas. Estaba demasiado ilusionada y era incapaz de admitir que pasaría lo
de siempre, que lo de esa noche iba a ser algo puntual. Faltaba poco para que llegaras y me fui a la
farmacia a comprar condones mientras iba pensando por el camino si todo iba a
salir bien, si en cuerpo y alma yo estaría sincronizada, que iba a estar a
gusto, que no tendría flashbacks.
Apenas entraste por la puerta me
miraste con deseo, y yo te devolvía la mirada con coquetería, como una Lolita
que se niega a crecer. Me besaste y me dejé hacer. Follé contigo como una
autómata, con absoluta sumisión. Era tu muñeca y me tenías a tus pies. No sé si
lo percibías. Estaba muy excitada, pero no pude correrme. Cuando te conocí
tuve los mejores orgasmos de mi vida, cadenas que no terminaban nunca, que me
cortaban la respiración y me dejaban afónica, pero cuando nos hemos visto otras
veces he sido incapaz. Me daba la sensación de que para ti era simplemente un cuerpo,
una cosa bonita con la que poder masturbarte.
Haciendo un paréntesis entre
sudores y gemidos me dijiste que esta sería la última vez. No me lo dijiste al
principio, al entrar en mi casa; no sé si por cobardía, o por no echar a perder
esa oportunidad de follar conmigo. Te pesaba la culpa de la infidelidad, y eso
me hacía sentir peor todavía, como si fuera algo personal. Pero lo que más me
dolía era el tener que enfrentarme a otro rechazo, a otro abandono.
Volvimos a follarnos aprovechando
el poco tiempo que nos quedaba, y cuando al final te fuiste no te marchaste
solo, te llevaste algo profundo de mí y me dejaste sola, sintiendo ahogo y un
enorme vacío. Pensaba en cómo sería ella, alguien con un físico agradable, una
chica de coño rasurado y con buena salud mental. Pero también me preguntaba por
qué viniste a verme. Si era porque ella no tenía mis curvas, ni unos ojos de
culebra, si no tenía unos pechos y unas nalgas firmes y turgentes, unos labios
carnosos. Me preguntaba por qué viniste a buscar mi ano, mi garganta, mi coño empapado.
Me preguntaba si sólo venías a por mi cuerpo de muñeca o por algo más.
Quiere y no puede
lo sabe y llora
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