viernes, 16 de marzo de 2018

2:00 am


Es jueves, son las dos de la mañana. Salgo del metro, sin tabaco. Me dirijo a la gasolinera que está cerca de mi casa a comprar tabaco. No me aceptan la tarjeta. Bajo al cajero a sacar efectivo. Vuelvo a subir a la gasolinera a comprar tabaco. No tengo frío aunque estemos a 6 grados, voy con el abrigo desabrochado, con calor en el cuerpo y con ganas de comerme la noche, aunque me quede con las ganas.

Camino disfrutando de la tranquilidad de la noche desde la gasolinera a mi casa, con cierta esperanza, aunque con la certeza de que será imposible, de que algo me depare la noche, que no voy a subir a dormir, que conoceré a alguien a la vuelta de la esquina que me invite a una fiesta. Pero eso no suele pasar en los barrios periféricos de Madrid, eso pasa en las ciudades pequeñas, y si se trata de ciudades grandes, en el centro. Camino hacia casa igualmente con una sonrisa en la cara, con calor en el cuerpo tras el litro de vino, los vermuts, la copa de ron… y cargando todavía a mis espaldas con la misma mochila con la que salí de casa a las 15.30 de la tarde.

Yo, ilusa de mí, que pensaba que esta noche volvería acompañada, no a mi casa, si no a la casa de otro, el cual se estaba comiendo la boca a eso de las 11.30 de la noche con otra. Total, cosas que pasan. A otra cosa mariposa, centrémonos nuestras energías en hombres que nos lleven a algún lado… Igualmente, hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien, después de meses y meses sin apenas divertimiento, copas de más, y confesiones nocturnas. Y llego a casa sin sueño y con ganas de compartir mi cama con otra piel. Total, ya es lo suficientemente tarde como para que aproveche bien la mañana al día siguiente. Ya llevo suficiente alcohol en la sangre como para que mañana me despierte sin resaca.

Mi hermano se casa este verano. Ya tengo claro que no pienso ir, que no tengo por qué aguantar la presencia de mi otro hermano. He estado prácticamente un año con bastante estrés emocional por todo esto, pero… ¿por qué he de aguantarlo? Me niego. Y aunque mi posición no les guste, les incomode y sigan pretendiendo seguir con la idea ficticia de familia feliz… Son incapaces de aceptarlo, y tengo el presentimiento de que será así siempre.

Hoy en día la prisión permanente revisable se encuentra en un tema recurrente de la opinión pública. Pero para la gente de a pie, los criminales son casos aislados, enfermos mentales… cuando los depredadores son personas de nuestras familias, compañeros de trabajo, personas que pagan sus impuestos… ¿Por qué mi hermano defiende a capa y espada la prisión permanente revisable para violadores y pederastas que no tienen cabida en nuestra sociedad? ¿Por qué sin embargo es incapaz de aceptar que mi otro hermano me rompió no sólo la infancia sino mi vida? ¿Por qué sigue diciendo que quizás estoy exagerando, que confundo las cosas e incluso que quizás lo que tengo son alucinaciones?

Nunca subestimes el poder de la negación.