lunes, 25 de abril de 2016

Horizonte


Mucho tiempo he pasado dentro de las paredes de la casa en la que vivo actualmente. Las manchas de la humedad han ido creciendo a lo largo de los meses, y durante los dos inviernos he ido luchando contra el moho con un bote de lejía y un trapo en mis manos. Mi casa se cae a cachos de manera literal. Una gran grieta atraviesa de manera horizontral el techo del salón, arriba está mi habitación. Mucho tiempo he pasado en todas las casas que he vivido en la ciudad gris. Aquí a las seis de la tarde ya no hay nada que hacer, y  durante el otoño y el invierno llueve  a diario. No hay muchas opciones de hacer vida social. Mis amigos son cada vez menos, la gente se va yendo...

Ha habido etapas en el tiempo que he vivido en esta ciudad de demasiado aislamiento. Epocas en las que he estado sola en la casa o bien conviviendo con personas con las que no tenía relación de ningún tipo. Epocas en las que trabaja sola sin compañeros. Epocas en las que por unos motivos u otros era complicado incluso echar un café con alguien. Algunas de esas épocas mis energias se centraban en haber cómo me las arreglaba para poder ver a alguien y comunicarme. A veces se juntaba varios días en los que no había tenido mingún tipo de contacto humano. Otras veces simplemente eran interacciones superficiales, con personal de la biblioteca, la cajera del supermercado o el yonki de turno que me pedía un cigarro. Recuerdo un yonki el cual ni siquera podía entenderle, es conocido por mi zona y no precisamente de buena reputación. Simplemente le dí un cigarro y le dí algo de coba, aunque no entendía lo que me decía y lo poco que llegaba a entender no tenía ningún sentido. Veía que la cosa se alargaba y ya le dije que me tenía que marchar. Me agarró la mano y me sonrió, yo me quedé paralizada, y no por una sensación desagradable, en absoluto, todo lo contrario; sentí calor humano, llevaba días sin que nadie me tocara o me sonreía. 

El aislamiento es un método de tortura, el aislamiento genera paranoia, se piensa demasiado, te vuelve egoísta. Cuando llevo tiempo sin estar con nadie o con alguien que sea más o menos de mi confianza, es estar con alguien y no hago otra cosa que hablar de mi misma. Quizás he estado varios días lidiando incluso con cosas de lo más triviales, y es ver a alguien y tener una necesidad imperiosa de que me escuche y tener un feedback, un segundo punto de vista. 

Si hay algo por lo que quiero salir de esta ciudad lo antes posible es por el aislamiento, la soledad. Siempre he tenido una especie de sentimiento crónico de soledad, pero en este caso se trata de una soledad real; no es que me sienta sola, sino que estoy sola. Dos años y ochos meses he estado viviendo aquí. El primer año fue una aunténtica locura: tres deshaucios, intoxicaciones etílicas semanales, una sobredosis de éxtasis, no manejarme con el idioma, consumo diario de marihuana, trabajo sexual... Allá a donde fuera iba con dos ojos a mis espaldas, no me fiaba de nada ni de nadie. Tenía pensamientos de lo más delirantes y paranoicos, pensaba que todo el mundo estaba en contra mía. El segundo año la cosa se fue estabilizando, y el tercer año, o sea éste, me siento como si estuviera en una barca en medio del mar. 

Lo curioso es que parte de la conducta autodestructiva la he ido trascendiendo el tiempo que he estado viviendo aquí. Irme de mi casa e incluso de mi país me ha servido para bien. Pero me quiero ir de aquí. En un mes son los exámenes, ya no habrá más clase. Dos tardes a la semana que paso con gente en un mes ya terminará. Las clases también me atan a la realidad. A pesar de todo esto he de decir que llevo unos meses con mucha serenindad (quitando la crisis nerviosa de hace un mes), y parte de ello se debe a que mi rutina consta de hábitos saludables. Es raro que me apetezca beber aunque la gente persista. Me cabrea de una manera monumental que la gente te obligue, te diga qué te pasa que no quieres beber e incluso se burle de tí porque estés con un zumo o una Coca Cola. A veces me apetece y bebo, pero en contadas ocasiones. Directamente no me apetece, no echo de menos emborracharme. He dejado el consumo diario de marihuana, y aunque no lo tenga del todo resuelto como el alcohol, estoy muy satisfecha con el trabajo que llevo realizado. Hacer más deporte, empezar con yoga, baños calientes, no trasnochar... Todo ello ha servido para paliar mi ansiedad. 

Pero a pesar de todo, algo que no llevo nada bien es que las pesadillas no se van. Puedo haber tenido toda una semana de lo más tranquila, sentirme bien pero por la noche todo se viene abajo. Es una sensación extraña. A veces pienso con total tranquilidad que en cuanto termine examenes y zanje la burocracia y la mudanza me vuelvo a España. Que allí voy a estar bien, que ahí no pasaré días sin contacto humano, que ahí voy a tener sol todos los días, que voy a tener un trabajo y que mis problemas familiares se van a solucionar. A los cinco minutos puedo pensar que es una aunténtica locura, que no puedo volver al mismo lugar y con la misma persona que me ha hecho pedazos durante años, que lo mismo no encuentro trabajo. 

Delante de mi hay una cristalera donde se va el mar y el horizonte. Yo lo veo, veo el horizonte, pero soy incapaz de salir, me doy cabezados contra el cristal. Es un alivio, sigue siendo frustrante pero es un alivio, a fin de cuentas veo un horizonte. He estado toda mi vida sintiéndome atrapada en un pozo sin fondo y ahora veo el mar. 


sábado, 2 de abril de 2016

Volver


No sé muy bien si me he despertado porque el cartero llamó a la puerta, por la claridad, o por el ruido de la lluvia. La cuestión es que me he despertado, con esa sensación pesada de saber que sigues ahí, en la ciudad gris.

Son dos años y medio los que llevo aquí, y este verano tenía que ser el punto y final de esta etapa. Sin saber muy  bien por dónde ir, agobiada por el dinero, la precariedad laboral, la situación familiar... No pensé en nada, no quería pensar en nada, sólo centrarme en el presente, pero los meses iban pasando... 

Decisiones mal tomadas en el último momento han puesto todo patas arriba, dejándome desnuda cara a cara con lo que me da más miedo. Con lo que más me preocupa. Me desmoroné, caí, me rompí y me ví vulnerable. Me vi rota y descompuesta en miedo de la ciudad gris, un lugar que no me pertenece y que nunca me ha pertenicido. Un lugar en el que me veo ahora como cuando empecé, acompañada por la lluvia y la soledad.

Fui a España y me dí cuenta por primera vez desde que me fui que tengo que volver para poder resolver mis problemas familiares, que no puedo postponer más la vuelta a Madrid, que después de la ciudad gris no puedo mudarme a otra ciudad, que tengo que ir a Madrid. Que en Madrid hay mucha gente a la que quiero, que el proceso será complicado y duro pero tengo que volver. Que quiero recuperar y luchar por mi familia. Que echo de menos a mis padres, que quiero con locura a mi hermano mayor. 

Que quiero recuperar a mis amigas de la infancia y de la adolescencia. Quedé con algunas de ellas cuando fui de visita, habían pasado algunos años desde la última vez que nos vimos. Fue como si el tiempo no hubiera pasado, la confianza el cariño seguían ahí. Hablar sin tapujos y con mucho sentido del humor de nuestros fracasos sentimentales, sentir estando con ellas una madurez que nos llegó a todas antes de tiempo, compartir un sentimiento de duelo por la pérdida prematura de la inocencia.