Las Navidades no son fechas de mi
agrado, y las de este año, ya se están presentando de una manera de lo más
lamentable. Esta tarde mientras yo estaba inmersa en la corrección de un texto
en castellano escrito por alemanes, me llamaron mis compañeras de piso para
decirme que iban a hacer la compra de la cena de Navidad. Yo ni siquiera me
había enterado de que había cena, y como en ese momento estaba menos rancia de
lo habitual, me animé y dije que vale. Ahora las oigo en el salón borrachas
como cubas, con el repertorio de música cutre en el Spotify, bailando y
berreando sin parar. No lo digo de manera despectiva, de hecho hace un rato yo
estaba ahí en el salón (pero no he bebido ni una gota) restregándome por los
muebles y paredes a ritmo de reggaetón, pero ya no son horas, y yo mañana
quería madrugar para aprovechar el día. Se me está agotando la paciencia, y no
soy muy amiga de la diplomacia.
No es tanto por el ruido, sino por tanta
imbecilidad concentrada en las paredes de mi casa. Yo he intentado ser buena,
pero cada vez que abren la boca me dan ganas de darlas una colleja, no puedo
evitarlo. Creo que cuando yo tenía 12 años era más inteligente y madura, y
ellas tienen 26. Esta noche ha habido un momento que me han dado ganas de meter
la cabeza en agua fría para comprobar si lo que estaba viendo y escuchando era
cierto. A mi tocaya se le había manchado la blusa de carmín, de repente ha
salido de la habitación chillando, pidiendo ayuda. Yo ya me suponía que era
otra gilipollez más, en su línea vaya, pero para ella esas gilipolleces son
todo un drama. Se ha puesto nerviosa, al final le han echado una mano, mientras
yo contemplaba el espectáculo fumándome un cigarro en el salón. Ha habido un
momento que se ha puesto a llorar, diciendo que no la apetecía pensar y que no tenía nada que ponerse
(llevo poco más de dos meses viviendo con ella y llevo heredado de su armario:
unas mayas, unos vaqueros, una camiseta, dos chalecos y dos pañuelos, todo sin
estrenar o puesto en una ocasión). En ese momento estaba flipando en colores,
esto estaba yendo demasiado lejos.
Podría hacer un estudio
antropológico muy detallado de lo que ocurre dentro de estas paredes, pero
sería invertir demasiado tiempo, y no es que me sobre. Me cuesta comprender que
una persona a diario se tenga que planchar el pelo, maquillarse de arriba abajo,
lavar toda prenda que use una vez… es mi compañera de piso y las veces que la he
visto con la cara lavada las puedo contar con los dedos de una mano. Siempre
sale tarde de casa para ir a clase (normal, se tira dos horas de reloj para
arreglarse a diario), y muchas veces para llegar puntual opta por coger un
taxi, sí, un taxi para ir a clase. Todo esto sufragado por la cuenta que le
rellena su madre, para que lo invierta en potingues, en trapitos desechables,
en taxis para ir a la universidad…etc. Y el otro día contándome que su madre a
lo mejor se va la a puta calle…la tendría que haber dicho “Bonita, déjate de
taxis que ya no vas a tener ni para bonobús, y no te compliques la vida para
arreglarte tanto a diario, que cuando estudies y trabajes a la vez, no vas a
tener tiempo ni para ducharte”.
Esto no va a mala leche, de hecho
hasta la tengo cariño, pero tanta tontería ya desborda mi paciencia…
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