Desde que era niña los periodos de
vacaciones en lugar de alegrarme muchas veces me entristecían. Más tiempo para
pasar en casa, para pasar en familia, para ir al pueblo, algo que detestaba. A
mí me encantaba el colegio, en compañía de mis iguales y el estudio y las actividades
escolares. Al margen del colegio apenas
tenía otros espacios de socialización con niñas y niños de mi edad, dejando a
un lado a mis hermanos, y me resultaba bastante incómodo y me costaba
desenvolverme en otros contextos que no fuera el colegio.
Ahora de adulta me siguen entristeciendo,
porque veo con más claridad que mi rutina me asquea y que mis relaciones
personales son demasiado caóticas. Llega el verano y la gente hace planes con sus parejas y con sus
amigos para hacer escapadas o estancias más largas en la playa o donde sea. Me
suelen asquear las vidas prefabricadas de muchas personas, con sus parejas
estables y sus grupos de amigos de toda la vida, son vidas que me agobian. Pero
que a veces también envidio. Porque nunca he tenido pareja y desde que era
adolescente no he vuelto a tener un grupo cohesionado de amistades. Si hubiera
tenido una vida más tranquila, más predecible, más estable, sin continuos cambios
de residencia y colegio; si hubiera tenido una infancia sin sombras; si mi adolescencia
hubiera sido una época de exploración sosegada, sin intoxicaciones agudas y sin
polvos muy mal echados, si mis compañeros de colegios e institutos me hubieran
aceptado tal como era, sin acosos, ni humillaciones ni escarnios públicos por
ser activa sexualmente a temprana edad y al margen de la monogamia.
Mañana es la Asunción de Nuestra
Señora, uno de los puentes con más desplazamientos que tiene el país. Si mi
situación laboral no fuera tan precaria y tan inestable quizás también me
hubiera escapado a la playa, sola, quizás me lo hubiera pasado bien con algún
guaperas bronceado, quien sabe. De momento me voy, aunque sólo sea de paseo por
esta ciudad que apesta aún siendo fiesta.
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