Dijo un sabio que para disipar los temores bastaba casi siempre con profundizar en las causas. Esta verdad puede aplacarse sobre todo al amor. Ame y sus temores se desvanecerán. En lugar de aquello que la asusta, hallará un sentimiento delicioso, un amante cariñoso y sumiso; y sus días, marcados todos por la felicidad, no la dejarán lamentarse sino de haber perdido alguno en la indiferencia.
Despiadado en su venganza, me ha entregado a aquel precisamente que me ha perdido. Sufro a la vez por él y para él. En vano quiero huir; me sigue; está aquí, me obsesiona sin cesar. ¡Más cuán distinto a él mismo! Sus ojos no expresan ya sino odio y desprecio. Su boca no profiere sino insultos y reproches. Sus brazos no me estrechan sino para desgarrarme. ¿Quién me salvará de su bárbaro furor?
Las amistades peligrosas. Choderlos de Laclos.
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