Hemos estado dos semanas sin una gota de lluvia. Increíble. Ya desde el sábado pasado, ha habido algunos chubascos alternandosé con sol. El otoño ha llegado y casi ni me he dado cuenta. No hace todavía demasiado frío, y sigo disfrutando del jardín cuando no llueve. Me gusta sentarme en la silla de madera a fumar, mientras miro el cielo, mientras miro la lavanda y el romero y otras plantas que hay en el jardín. Respiro y me relajo, mientras el colgador de bambú hace ese sonido tan agradable cuando hay brisa.
Apenas me estoy socializando en grupo y evito a toda costa ir al pub. No por nada, es que no me interesa lo más mínimo. No me apetece. Estoy muy a gusto yéndome al monte con K o yendo de recados con MG, mi nueva compañera de piso, que me está dando una vida y una gratitud tremenda dentro de las cuatro paredes de esta casa victoriana.
Todo fluye, en este otoño que se va asentando. Todo fluye para cerrar el ciclo de tres años de vida en la ciudad gris, todo fluye para romper toda una vida de silencio.
En menos de un mes probablemente vaya a Madrid a revelar el abuso. Ahora sólo queda cincelar fechas y estancias. Sólo queda cincelar con exquisita precisión las palabras que van a ir dirigidas a mis padres.
Mientras tanto yo sigo levantándome cada mañana, disfrutando de la suavidad de mis sábanas de algodón egipcio, disfrutando de mis desayunos mediterráneos en una tierra que apenas ve el sol. Salgo a la calle y disfruto del paseo de mi casa a la estación de autobuses cuando no llueve, por la tranquilidad de mi barriada y por las vistas al mar que me regala cuando bajo una de sus cuestas. Una barriada donde la basura, las jeringuillas usadas, los estudiantes, los migrantes y los yonkis habitan. Una barriada de otras tantas de esta ciudad gris, de este escenario postindustrial y decadente, victima del Thatcherismo.
Si todo va bien, dentro de poco haré las maletas rumbo al sur, y en mi día a día siempre habrá sol, frutas tropicales y unas aguas cálidas y azules en las que te puedes bañar en cualquier época del año. Me despediré con cariño de la ciudad gris que me ha acogido durante tres años y en los que he aprendido básicamente que he de quererme; y que el odio, la rabia y el daño hacia mí misma, no me corresponde, no me pertenecen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario