sábado, 28 de marzo de 2015

Cut off

Llevo veintiún  días sin fumar marihuana, y aunque mis músculos lo van sintiendo y no lo lleven del todo bien, a mí cabeza le está viniendo de maravilla. Me siento más activa y con una actitud más positiva. Fumar porros a diario no es sano para mí teniendo en cuenta que tengo problemas de ansiedad, que soy paranoica, que soy obsesiva, que soy depresiva, que sueño despierta, que soy despistada…y podría seguir. Durante mi adolescencia nunca fui consumidora diaria, supongo que tuve suerte y mis círculos más cercanos no eran fumadores diarios, aunque siempre caía los fines de semana acompañada de una buena borrachera. La cosa cambió cuando entré en la universidad, que empecé a fumar entre semana hasta que llegó el consumo diario, desde entonces hasta ahora. El único momento que me he tirado sin fumar durante bastante tiempo de seguido fue cuando me vine a vivir aquí. Estuve dos meses sin fumar. Llegué sola y trabajando para una familia, me daba reparo de primeras consumir y no tenía ningún tipo de contacto para hacerme el recado. Los primeros días tampoco era algo que necesitara aunque me apeteciera, el hecho de haber podido salir de mi casa y el adaptarme a otro país con todos los estímulos que conlleva me mantenía bastante a flote.

Pero en mi nueva situación tampoco estaba bien. Nunca me sentí atraída por salir de mi hogar para meterme en otro además extraño, en el que al final iba a ser igual de pobre e iba a cargar de nuevo con un montón de tareas domésticas. Sin contrato y con un salario de setenta libras semanales me encargaba de cuidar a tres menores, de limpiar una casa con dos salones, tres baños, seis habitaciones, hacer comidas, poner lavadoras, tender la ropa, planchar… de sacar a la perra, estar al tanto del gato y las cobayas… Los animales me hacían feliz. Tampoco tenía más opciones. Medité durante meses el irme de au pair ya que en España una vida precaria independiente me resultaba imposible, y al final me fui. Me costó lo mío irme, tenía miedo de irme a otro país, me asustaba incluso perderme en el aeropuerto, tenía un complejo de paleta enorme, yo que apenas he viajado. Tampoco tenía dinero suficiente como para largarme y buscarme la vida yo por mi cuenta, aunque tampoco era una cuestión de dinero como de miedo a desenvolverme en otro país yo sola y sin saber el idioma. Y al final me fui, casi de la noche a la mañana, la familia contactó conmigo por Internet y a los diez días ya estaba cogiendo un avión. Al día siguiente de llegar ya me di cuenta de que yo quería largarme de esa casa cuanto antes, mucho trabajo y poco dinero, una familia clasista y ni una chispa de química con ninguno de ellos, excepto con los animales claro. Mi idea era permanecer allí hasta que encontrara otro trabajo, quería estar dentro de esa casa el menor tiempo posible. De primeras supongo que no les gustaría mucho, además mi inglés era muy, muy bajo y eso dificultaba las cosas. Cuando tenía tiempo libre me largaba para pasear sola o con la perra y poder fumarme algún cigarro, me sentía incómoda y usada con esa familia. Una compañera de trabajo de la madre era una chica española, me dio su número y a los seis días de estar allí quedé con ella y con amigos suyos. Mi tercera salida social se dio a las dos semanas de vivir allí, me agarré una borrachera de esas gordas con las que pierdes toda capacidad de pensar, todo autocontrol, toda vergüenza… Terminé sola tirada en la puerta del garito dónde estábamos dando vueltas por el suelo y cubierta por mis propios vómitos, hasta que un tipo que pasaba por ahí se acercó a auxiliarme y me pidió un taxi. Durante el trayecto el taxista tuvo que parar varias veces para que vomitara. Llegué a la casa a las tantas de la noche, sin llaves, sin dinero para el taxi y borracha como una cuba. A los dos días me echaron, de manera muy “polite” y sin explicarme los motivos (muy evidentes pero que yo en ese momento no los consideraba).

Me quedé en la calle de manera literal, no sólo perdí mi trabajo sino el techo bajo el que vivía, mis ahorros de un año eran ridículos, estaba sola, no sabía el idioma… Tenía miedo. Y lo que siempre tuve claro desde el primer momento es que a España no iba a volver, que pasara lo que me pasara no iba a ser peor a lo que había dejado en España. La jefa de la madre hablaba español y vino a la casa el día que me echaron para hacer de intérprete. Cuando iba a salir de la casa no me dejó irme sola, yo no quería saber nada de nadie, sólo largarme a un hotel barato e irme a cualquier bar a que algún tío me pagara toda una noche etílica. La jefa de la madre me obligó a meterme en su coche, y que no iba a dejarme sola hasta que no me viera con alguien que yo conociera. Llamé un chico español que había estado tonteando conmigo el cual no me interesaba lo más mínimo, pensé que quizás él me dejara dormir en su casa por unos días, me puso excusas. Llamé a la compañera de la madre, al final me dijo que sí. En el trayecto del coche pensaba en cómo iba a prostituirme. Pensaba en que no tenía ni idea en lo que costaba un abono mensual de autobús o un mes de alquiler en una ciudad en la que llevaba dos semanas y a la que había decidido mudarme hacía menos de un mes. Todo eso iba rondando en mi cabeza, mientras no paraba de llorar. Me habían dado una patada en el culo, quizás merecida, pero me dolió, y mucho. Al día siguiente hablé con mi hermano mayor. A los dos días mis padres se enteraron. Me dejaron de hablar. También me dolió, y mucho. Que algo habría hecho, que sería culpa mía. Sin casa, sin trabajo, sin dinero y sola en otro país. Mis padres me dejaron de hablar mientras que una completa desconocida me abría las puertas de su casa.

Al día siguiente de que me echaran ya contacté con una productora porno, y a los dos días ya tenía casa propia a la que pude mudarme en esa misma semana. Los meses siguientes fueron difíciles por múltiples motivos, salía de un problema y me metía en otro, supongo que secuelas de haberme ido de España desde un principio de una manera tan impulsiva y nada planeada. Las navidades en concreto fueron difíciles, mis compañeras de piso estuvieron fuera por un mes, no paraba de llover, en seguida se hacía de noche y para colmo yo trabajaba en casa. Consumí mucho, me tiraba días sin ver a nadie, si eso algún día salía a comprar papel de fumar a la tienda del barrio. Mi rutina diaria no tenía ni pies ni cabeza, y los pocos días que tuve algo de contacto social me emborrachaba muchísimo y enseguida tenía ganas de volverme a casa y colocarme. Poco a poco las cosas fueron mejorando, los vínculos con las personas que conocía se fueron estrechando, mi inglés iba mejorando y fui cogiendo una rutina más normalizada. Pero no dejé de consumir.

Estos tres últimos meses han venido acompañados de idas y venidas con un amigo casado con otra amiga y todos los altibajos emocionales que eso conlleva. Y fumar, y fumar, y darle vueltas a la cabeza una y otra vez a las mismas cosas. Esa situación tan estresante sumada a que me encuentro en una época en la que pienso en el incesto continuamente me estaba llevando al borde del abismo. Dejarme abierto el gas en dos ocasiones; no recordar cuándo y cómo me he autolesionado pero lo sé por las marcas en la piel;  no encontrar las llaves del sitio donde limpio por las mañanas, volver a casa a por ellas y no encontrarlas, volver al lugar de trabajo y verlas puestas en la cerradura sin saber si has sido tú misma quien las ha puesto ahí diez minutos antes o no; volver a tener ataques de pánico cuando hacía meses que no tenía… Ha sido dejar de consumir y me he tranquilizado bastante.

Me gusta fumar porque abre puertas en tu introspección, porque aumenta tu sensibilidad visual y auditiva, porque puede resultar muy divertido cuando fumas compartiendo… Pero cuando se vuelve una adicción que lo único que hace es perjudicar tu salud mental lo mejor es cortar.









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