Desde que he sido una trabajadora precaria de la industria del
sexo me he replanteado muchas cosas acerca de cómo experimentamos el deseo, de
cómo se construye, de cómo lo reproducimos… Así como ser más consciente de lo
que implica la mercantilización del sexo y lo importante que es esta industria
para el capitalismo. También durante estos meses he pensado mucho sobre el
concepto de trabajo, así como vivir con una serie de angustias y debates
internos por trabajar en esto. Al empezar en esto, apenas lo sabían personas
muy cercanas a mí. Luego, poco a poco, fui haciendo frente al estigma, lo fui
asumiendo y dependiendo de las circunstancias decía la verdad o me inventaba
una ocupación. Finalmente, la gente se sorprende (aunque algunas personas no),
pero nadie va a dejar de hablarte o va a dejar la relación que tuviera contigo (por
superficial que sea) por tu trabajo. Mi familia no lo sabe ni quiero que lo
sepa, ni tiene por qué enterarse. Aún
así, que te pregunten a qué te dedicas, es algo que forma parte de cualquier
tipo de conversación cotidiana, y en muchas ocasiones, aunque quisiera, no
puedo (o no debo) decir la verdad. Si en
clase de inglés el tema del día es el trabajo, yo mentía; si iba a buscar casa
porque quería mudarme, mentía en mi perfil de internet y mentía en las
entrevistas con las agencias. Si me preguntaban en la oficina del paro mentía,
en mi curriculum mentía, cuando empecé a trabajar limpiando mentía.
Cuando en la universidad leía
artículos sobre los trabajos precarios feminizados, sobre migración y cuidados,
sobre trabajo sexual, no sé si pensaría
en que me iría a otro país a servir de interna con un salario miserable y sin
contrato, que la cosa saliera mal y que tuviera que prostituirme y que luego estuviera
compaginando trabajo sexual con limpieza. Cinco meses estuve compaginando ambas
cosas. Trabajo sexual como recurso para hacer frente a la pobreza y a los
trabajos feminizados de baja cualificación, trabajos feminizados de baja
cualificación como tapadera del trabajo sexual… Que paradójico resulta todo…Vengo de una
familia de “clase media”, católica y conservadora, de padre de profesión liberal
y madre ama de casa. A pesar de ello, nuestro nivel de vida ha ido más ligado
al de clase trabajadora que al de clase media. Mis padres nunca han podido
pagarme clases de inglés, ni de ballet, ni campamentos, ni intercambios y demás
cosas que hacen los niños y niñas de clases medias. Mi padre quedó en paro al
privatizarse el organismo paraestatal donde trabajaba. Mi padre tenía una hipoteca y una familia que
mantener. Fue consiguiendo algún trabajo, en dos de ellos no le pagaron. Mis
padres terminaron de pagar el piso pidiendo dinero a familia y amigos. Después
lo vendieron y decidieron invertirlo en un pequeño negocio familiar. El pequeño
negocio familiar se fue a la quiebra. Mis padres se endeudaron y no tenían casa
propia. Mi padre se fue a otra ciudad a trabajar, con un sueldo por alto que
sea mantén dos alquileres y da de comer a cinco personas. Al final nos mudamos
todos con mi padre, y luego nos volvimos a mudar… Y luego nos volvimos a
mudar... Hasta que llegó un momento en el que nunca sabía que iba a ser de mí
en pocos meses, en qué ciudad, en qué colegio iba a estar… Me he criado en la
incertidumbre, sin ropa de marca, escuchando en el contestador automático al
casero recordándole a mi madre que debe el mes de febrero, marzo, abril, mayo…
Nunca he sido clase media, mis padres nunca han tenido dinero para llevarnos de
viaje o para comprarse un apartamento en la playa o hacerse una casa en el pueblo. Esas cosas las
hacen las clases medias. Fregar y chupar
pollas no lo hace una chica de clase media. Pero es que en verdad, nunca he
sido de clase media.
Algunas personas me decían que buscara
otro trabajo porque pensaban que debía ser un trabajo duro para mí. Pero no es
así, no por nada, sino porque no me escandalizaba lo que me pedían, ni lo que veía,
ni lo que hacía. No me absorbía demasiada energía. Lo que sí me molestaba, es
que terminaba reproduciendo una imagen de la mujer y una manera de ver la
sexualidad que me asquea, me cabrea, me frustra… Pero… ¿cuántas veces sin que haya dinero de
por medio he fingido orgasmos o me he comportado como una maldita autómata?
Muchas. ¿Cuántas veces les he dicho lo que querían oír o he hecho lo que
quisieran que hiciese sin que hubiera dinero de por medio? Muchas.
Desde siempre me han llamado puta
y yo misma me he identificado como puta. Porque mi infancia estuvo marcada por
abusos sexuales; porque en mi adolescencia se iban sucediendo encuentros
sexuales esporádicos unos tras otros evitando cualquier mínimo gesto de afecto,
algunos encuentros bastante desafortunados en los que tuve que sufrir
agresiones. Con 16 años, follándome en la playa al gallito de turno, tuvo la
genial idea de penetrarme por el culo sin ningún tipo de dilatación previa, de
golpe y hasta el fondo. Creo que mis gemidos de dolor se oyeron demasiados
metros a la redonda. A pesar de ello, el seguía, y yo bocabajo me iba
arrastrando pero el seguía encima mía. Lo único que conseguí intentado
arrastrarme por el suelo con todo su peso encima de mí, fue heridas en las
rodillas y rasguños por el pecho.
Otra vez, con 18 años, fue un compañero
de trabajo. Quedábamos básicamente para follar, yo salía a las nueve de la
noche y el a las diez. Por lo general a la que salía de trabajar me quedaba por
los alrededores haciendo tiempo hasta que el salía. Así fue varias veces
durante el mes de agosto, luego llegó mi primer curso en la universidad y dejé ese trabajo por
incompatibilidad de horarios. Apenas teníamos contacto, yo al no le interesaba
lo más mínimo, y quedamos un día en otoño. Luego, pasaron pocos meses y él me
llamó una noche de sábado diciéndome que estaba con un amigo suyo y que quería
verme. Yo, sumisa hasta la médula, le
dije que sí. Estaba con una amiga tomando algo, el vino a buscarme con el coche
con su amigo. Yo me monté y nos fuimos a su casa. Durante el trayecto él iba
conduciendo mientras iba dándole tragos a su copa de whisky. Nunca me he
considerado una chica ingenua cuando me las he visto en este tipo de
situaciones. Sé lo que hay y lo que puede pasar. Pero no soy ingenua; en todo caso
soy sumisa, impulsiva y por tanto, bastante autodestructiva. Fue llegar a su
casa y ellos bebían whisky, se metían rayas y fumaban porros. Yo no quería
colocarme con absolutamente nada, porque en algún momento de la noche la cosa
se podría ir de las manos y lo mejor sería estar sobria. Empecé a enrollarme con él y nos fuimos a su
habitación. El me dijo que por qué no, que se juntara con nosotros su amigo. Yo
no quería. El me insistía. Yo no quería. Me dijo que me iba a follar a pelo,
por el coño, por el culo. Yo no quería. Y me folló a pelo, por el culo, por el
coño. Yo no quería. Me violó. En ningún momento fui incapaz de agredirle para
defenderme, estaba asustada. Así que ahí me quede petrificada en su cama,
mientras él hacía lo que le apetecía. Y
a mí me gustaba. Mejor dicho, a mi cuerpo le gustaba. Yo estaba asustada,
estaba siendo violada pero también estaba excitada. Esto fue la noche de un
sábado. El lunes fui con una amiga del instituto a que me acompañara al centro
de planificación a por la píldora del día después. Las mujeres que trabajaban
allí me atendieron como si estuvieran despachando a un cliente en la línea de
cajas de un hipermercado. Me hicieron un estúpido cuestionario sobre mi salud,
me dieron la píldora, unos folletos sobre enfermedades de transmisión sexual, y
les faltó poco para meterme una patada en el culo y echarme a la calle. Ni un
mínimo de consideración conmigo. Que si la próxima vez que quiera echar un
polvo y no tengo condón que me aguante. Yo allí, con mis 18 añitos, había sido
violada y lo único que sentía era un sentimiento de culpa enorme. Ni siquiera
era consciente de que me habían violado, eso sí, no era más que MI CULPA el
llegar hasta allí para que me dieran la maldita píldora. No me informaron en
absoluto de cómo la píldora del día después altera tu ciclo menstrual, de los
síntomas que puedes tener al tomarla. Ese mismo día tras tomarla noté unos
dolores en mi tripa. Estaba en la biblioteca, me marché a mi casa en autobús
porque la distancia de quince minutos andando hasta mi casa me resultaba
imposible caminarla con esos dolores en el vientre. Me leí los folletos donde
decían que los dolores en el vientre pueden ser síntoma de una ETS. Yo estaba
asustada, pensé que tendría algo. No sabía que hacer. Al día siguiente los
dolores seguían. Pensé que si estaba enferma tarde o temprano mis padres se
enterarían, así que fui al médico con mi madre. Lo que tenía eran gases, sólo
gases, pero los peores gases que he tenido en mi vida. Yo no le dije nada a mí
médica sobre la píldora porque mi madre estaba delante.
La primera vez que me defendí de
una agresión tenía 19 años. Era una noche de verano, donde me fui con un tío a
enrollarnos a un portal. Todo iba bien,
hasta que me dio la vuelta, me aplastó contra la pared y me penetró por el culo, también de golpe y
sin dilatación previa. No sé ni cómo esta vez mi reacción fue darme la vuelta,
agarrarle del cuello y empujarlo sobre la pared. Empecé a estrangularle,
fuerte, veía terror en sus ojos. Tenía yo la sartén por el mango, el poder y él
el miedo. Desde esa noche empecé a darme cuenta de que las mujeres podemos
defendernos.
También he sido puta porque me he
acostado con hombres casados o con novia. Qué cosas, nadie de mi entorno me ha reprochado
mi actual trabajo, sin embargo sí que he cometido una gran falta cuando he sido
la “otra”, hasta compañeras de facultad supuestamente críticas con la monogamia
y el amor romántico me echaban en cara que qué narices andaba haciendo
manteniendo ese tipo de relaciones. Nadie de mi grupo de amigos en este nuevo
país cambió la relación que había conmigo por saber cuál era mi trabajo, eso
sí, si en un momento dado sale a la luz que he tenido sexo con un amigo el cual
lleva diciesiete años casado con otra amiga, lo más probable es que el grupo se
desintegre y yo sea la que acabe peor, el chivo expiatorio. Sola y sin amigos,
por puta.