martes, 7 de enero de 2014

Reflexiones postnavideñas


Cuando era pequeña me gustaban mucho las navidades, como a todos los niños imagino. Me encantaba hacer el Belén, el árbol, poner guirnaldas por las paredes… Para mí el día 5 y 6 eran mis días preferidos de año. El día 5 y sobre todo según se iba acercando la noche la ilusión y los nervios te quitaban a veces hasta el sueño. Era como si hubiera magia flotando en el ambiente. A los diez años ya la cosa me iba dejando de cuadrar y por lógica e intuición fui consciente de que los Reyes Magos eran los padres. Al final mi madre me lo terminó revelando pero yo ya lo sabía, así que en ese sentido no creo que la preocupara mucho, creo que fue así mejor.  Desde entonces empecé a alejarme de la navidad, de hecho ya con quince años dije en casa que yo no quería ningún tipo de decoración navideña en la casa. Ya no es que me alejara de la navidad, es que me resultaba nauseabunda por el consumismo y la hipocresía. De todas formas, me seguían gustando las navidades porque estaba la fiesta de Nochevieja de por medio, las comidas con compañeros de clase, con amigos… Pero a partir de los veinte, el odio por el consumismo y la hipocresía ya no era odio, si no absoluta indiferencia, así que como las comidas con compañeros de clase, las cenas de trabajo y la fiesta de Nochevieja.   


Estas navidades han sido peculiares porque no he tenido adornos, ni cenas de empresa, ni encuentros con familiares y amigos que están lejos. Estas navidades he estado sola en casa, aunque sí que he tenido mi cena de Nochebuena y mis fiesta de Nochevieja en compañía. A pesar de ello, no he echado en falta las convenciones navideñas sean del tipo que sean. Ya no me ilusionan ni los reencuentros navideños ni las esperanzas del año venidero, ni me preocupa que no me transmitan nada. 

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