Ilustración de Trevor Brown
Esta semana dio comienzo con el
día internacional del abuso sexual infantil (19 de noviembre) y cierra con el
día internacional de la violencia de género (25 de noviembre), dos fechas por
separado en el calendario, pero cuya necesidad constante de recuerdo y
visibilización responden a una misma lucha, acabar con el patriarcado. El abuso
sexual infantil y la violencia de género no dejan de ser conceptos enmarcados
en una terminología que a mí no me termina de convencer, ya que parecen aludir
a realidades diferentes, cuando emanan
de un mismo sistema de dominación.
Durante estos días ha habido
actos, anuncios, campañas, manifestaciones… que quieren denunciar la violencia
patriarcal que tiene lugar en la pareja, terminando en muchas ocasiones en
asesinato. Es algo terrible, y las mujeres tienen que seguir luchando día a día
contra ello, pero no podemos olvidar que la violencia de género abarca también
otros tipos de violencia que se encuentra fuera de la heterosexualidad y la monogamia.
Las relaciones de poder que
tienen lugar entre los géneros operan desde las estructuras del patriarcado y
la heteronormatividad, y se insertan en el día a día y en los cuerpos de cada
persona. La mercantilización y cosificación de los cuerpos, los cuidados, la sumisión y la obediencia, no salirse de los
roles, la obsesión por la imagen, las inseguridades, la dependencia, la
necesidad de protección, las agresiones sexuales, el maltrato físico, la
violencia simbólica, el control de la sexualidad…etc
Yo sufrí abusos sexuales durante
mi infancia por un familiar. Hablo aquí y ahora directamente, bajo el anonimato
que permite la red. Y lo que en verdad me gustaría es poder gritarle al mundo que
el abuso sexual es algo que pasa con mucha frecuencia, que se debe prevenir, que
las secuelas son muy severas, que se sufre demasiado y desgraciadamente muchas
veces en silencio. Hablo aquí y ahora, pero no puedo hablarle de ello a mi
madre y a mi padre, no puedo hablarle de ello a mis amigas. Esta sociedad por
muy “moderna” y “occidental” que sea, es profundamente misógina, y las niñas
son un blanco perfecto por su vulnerabilidad.
Por eso tenemos que empoderar nuestros coños desde que salimos de otros coños más maduros, nuestros coños sólo nos pertenecen a nosotras, no son de la iglesia, ni del estado, ni de nuestras madres castradoras, ni de hombres violentos, ni de la medicina.
Nuestros coños, nuestros cuerpos,
son sólo nuestros y de nadie más.