La última vez que enseñé a alguien los monstruos de mi sótano,
me entregué al sueño sollozante y borracha. Con ese llanto
hiposo y entrecortado de niña de tres años que todavía se mete
el dedo en la boca. A la mañana siguiente, me trajo un vaso
de agua y se metió en la ducha durante (lo que me parecieron)
horas.
El ruido del agua me impidió seguir durmiendo. La almohada
estaba manchada de rímel negro, y toda yo estaba empapada
por el infortunio. Callada hubiera estado más guapa, seguro.
En ese momento me hubiera largado de allí sin hacer ruido,
como un gatito que ha arañado los sillones y teme represalias.
Desafortunadamente, el ser humano no puede comunicarse
telepáticamente, y una puede interpretar el silencio de múltiples
maneras. Yo por si acaso me pongo en lo peor.
Te pueden pasar varias cosas cuando descubres a alguien los
monstruos que guardas en el sótano. La mayoría de las veces
reina un incómodo silencio, la empatía puede dar lugar al
abrazo, a la lástima, incluso a la ira o a la vergüenza.
El abismo te devuelve la mirada…
Con el tiempo pueden tener lugar los reproches, pero nadie
puede reprocharte cargar con un engendro de por vida que tú
no has elegido. La naturaleza es caprichosa e injusta, la vida
también. A las personas hay que quererlas tal y como son, con
sus luces y sus sombras, con sus monstruos, con sus cicatrices
de guerra, con sus manías y sus miedos.
Eso si eliges querer.
De todos modos, el sentimiento de culpa ya lo tienes clavado
en el pecho, como una medalla al deshonor. Sabes que aunque
cierres la puerta con siete llaves, ellos siguen allí, y la gente es
curiosa, y pregunta cuando escucha ruidos… Tarde o temprano
los descubrirían, por tanto, es mejor que tú mismo les guíes
despacito, para que no se asusten. Ya te han visto desnuda,
ahora tienes que desvelarles aquello que guardas con mayor
pudor, mostrarles el siniestro habitáculo donde se retuercen
gimiendo tus criaturas.
Puede suceder que se enamoren de ti para siempre y de una
manera loca. Entonces él, o ella, se llevan sus propios monstruitos
a tu sótano, para que jueguen juntos y se olviden de
molestar. En principio la mudanza parece una buena idea,
pero puede que un día descubráis que no podéis dormir con
tanto escándalo allí abajo...
Lo que un día os unió, otro día puede separaros. No lo olvidéis
jamás. Los monstruos son impredecibles, pueden escapar
tirando la puerta abajo, colarse por cualquier rendija y saltar
sobre ti en cualquier momento. Nunca se está a salvo.
Pero no me importa lo más mínimo, porque además de un sótano
lleno de monstruos, tengo una bonita terraza, amplia y luminosa,
con piscina, donde siempre hace sol cuando es de día,
donde siempre es verano, donde siempre es domingo, y donde
podemos tomar un daiquiri tras otro esperando la noche.
Para entrar a vivir
Hago pompas con saliva. Ana Elena Pena.
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