Pero no teníamos necesidad de salir porque, entre aquellas cuatro paredes, teníamos todo lo que pudiéramos desear: comida, música, libros y la gran cama. Tan vívidamente como nuestros abrazos, recuerdo cómo solíamos frotarnos el uno contra el otro y olernos como se huelen los perros.
En brazos de la mujer madura. Sthepen Vizinczey.
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