sábado, 15 de abril de 2017

Sandcastles

Cada vez lloro menos por tí, cada vez me masturbo menos pensando en tí. O eso quiero pensar. O depende del día, quizás.

No lo sé. Lo que sé es que sigo teniendo demasiados sentimientos enfrentados entre sí. Si un día estoy pletórica, me gustaría estar contigo para poder compartirlo. Cuando es la tristeza tocando fondo, me acuerdo de cuando iba a verte y me dabas un abrazo. Ha habido días en los que se me pasaban imágenes por la cabeza en las que te pegaba puñetazos dejándote heridas y moratones e incluso a veces con un destornillador te atravesaba la yugular. Sí, se qué suena demencial, pero ya sabes que la salud mental no es uno de mis fuertes.
Ahora, el dolor y la rabia ha dado paso a un letargo pasional. Nunca he tenido la libido tan por los suelos como hasta ahora. Ningún hombre me llama la atención, y la mayoría de recuerdos que tengo de tí no me despiertan deseo, casi siempre lo que me invade es una sensación de traición y vacío.

Me repito demasiadas veces ¿cómo he podido ser tan ingenua, tan estúpida? De veras que me lo creía, siempre tenía una esperanza de que querías estar conmigo. Cuando me mirabas con ojos brillantes y me acariciabas con delicadeza, diciéndome que me querías. Y yo me lo creía.

Es por las noches cuando todo esto resulta más complicado. Hay noches que para poder dormirme necesito imaginarme que estás conmigo en la cama durmiendo, así me tranquilizo y puedo conciliar el sueño. Con la yema de mis dedos voy dibujando tu rostro en mi almohada y la abrazo fuerte para que parezca más real. Otras noches, las que menos, me masturbo.

¿Sabes? Sé que mi corazón se rompió hace muchos, muchísimos años, y a veces me daba la sensación de que restabas importancia, o quizás ni la otorgabas, a lo que yo pudiera sentir por ti. Me abrí a ti y lo que conseguí es que me exprimieras por dentro, me sacaste todo el jugo sabiendo que eso se iba a quedar así. Poco a poco mi corazón se iba haciendo cada vez más pequeño, más negro, más muerto.

Pienso en todo lo perdido estos años de atrás, en lo humillante que era estar en la sombra constantemente, cuando estabas con ella como si nada. No creas que todo van a ser reproches, yo también asumo mi responsabilidad en esta locura. Lo que me reconforta es saber que el último paso lo dí yo. No sé del todo bien que es lo que te pasaba (o quizás te sigue pasando), pero yo no podía permitirme más seguir destruyéndome de esa manera.

Recuerdo una noche en una terraza por los pubs del centro, en la que estábamos los dos pegados el uno al otro que me dijiste “Contigo me pasa una cosa muy rara, por un lado me entran ganas de cuidarte, pero por otro me entran ganas de maltratarte”

Y así era, hasta que dije basta y me marché.

viernes, 14 de abril de 2017

A wave rising in the ocean


Grief is a most peculiar thing; we´re so helpless in the face of it. It´s like a window that will simply open of its own accord. The room growns cold, and we can do nothing but shiver. But it opens a little less each time, and a little less; and one day we womder what has become of it. 

***

What if I came to the end of my life and realize that I´d spent every day watching for a man who would never come tome? What an unbereable sorrow it would be, to realize I´d never really tasted the things I´d eaten, or seen the places I´d been, because I´d thougth of nothing but the Chairman even while my life was drifting away from me. And yet if I drew my thoughts back from him, what life would I have? I would be like a dancer who had practiced since childhood for a performance she would never give. 

***

Since the day I´d left Yoroido, I´d done nothing but worry that every turn of life´s wheel would bring yet another obstacle into my path; and of course, it was the worriying adn the struggle tha had always made life so vividly real to me. When we fight upstream against a rocky indercurrent, every foothold takes on a kind of urgency. 

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But now I know that our world is no more permanent than a wave rising on the ocean. Whatever our struggles and triumphs, however we may suffer them, all too soon they bleed into a wash, just like watery ink on paper. 

Memoirs of a Geisha. Arthur Golden