Esta es la tercera Navidad que no paso en casa por decisión propia. Aun así viviendo en el extranjero, la gente da por hecho que no vuelves a casa por Navidad porque estás lejos y no puedes por motivos laborales. La gente no entendería que es MI decisión, y la gente no querría saber los motivos de mi decisión. Cuando digo que no me preocupa quedarme aquí o que mi espíritu navideño murió hace muchos, muchos años, la gente me mira raro.
Los que son de aquí sienten lástima al saber que no puedes (en verdad no quieres)celebrar las fiestas con tu familia, los migrantes españoles te dan la tabarra semanas antes porque vuelven a casa, y los que se quedan se empeñan en hacer planes navideños para poder sentirse como en casa.
Cuando era adolescente mi sentimiento navideño respondía más a una actitud rebelde, desde hace unos pocos años hasta ahora es que sinceramente me da exactamente lo mismo que sea Navidad o no. Que la gente celebre como le dé la real gana pero que respete la decisión de aquellos que no queremos la Navidad en nuestras vidas.
En un par de horas tengo cena de nochebuena en casa de ella. Me mandó un mensaje al móvil hace unos días diciéndo todo lo que iba a preparar para la cena y la hora para llegar a su casa. Me parecía más una invitación formal que un mensaje de una amiga. Qué estupido resulta todo. Evito a toda costa la cena de nochebuena en España porque no quiero estar con según qué comensales en la mesa, y aquí en Reino Unido tampoco me libro. No quiero ir a su casa ni quiero estar con ella, sea Navidad o no.
Estuve pensando que podría excusarme horas antes de la cena diciendo que me encuentro mal y no puedo salir de mi cama, pero la excusa no sé si saldría bien porque como es Navidad,al final una visita exprés a mi casa caería, porque no nos olvidemos...¡Es Navidad! Un día cualquiera a la gente no le importa que te quedes sola en casa en agonía porque estás enferma, pero en Navidad no, por el amor de Dios, no se puede estar sola en nochebuena. Por suerte trabajo mañana y temprano, estaré un par de horas de cortesía y me iré echando humos.
Desde que él ha vuelto a España por Navidad estoy bastante tranquila, mucha serenidad y cero altibajos emocionales. Pero hoy no, hoy no he estado del todo serena. No quiero verla a ella ni quiero estar en su casa.
Estar ahí y verla supone cerciorarme de que ella es la única, la elegida; y yo no soy más que un bomboncito, un contenedor de semen y de emociones fruto de la crisis de mediana edad. Estar ahí supone volver a enfadarme conmigo misma, volver a pensar una y otra vez porque me metí ahí, si sabía de primeras que me iba a traer más sufrimiento que felicidad. Estar ahí alimenta mi odio a la hipocresía y la doble moral de la mayoría de los hombres. Estrujarme los sesos pensando en cómo es posible una dualidad conductual en la manera de relacionarse sexualmente de los hombres. El odia a mis clientes, siempre me lo dice. Sin embargo me recuerda a muchos de mis clientes, a aquellos que mantenían una doble vida. Los que estaban aburridos con su matrimonio y llevaban años sin tener ni querer sexo con sus mujeres. Los que querían cumplir todas sus fantasías sexuales contigo pero a la vez que les escucharas y les dieras cariño. Pero con ellas no, con las únicas y las elegidas no. Ellas son las abanderadas de la estabilidad y la decencia, las que llevan a sus espaldas todo el trabajo reproductivo de los hogares, las que dejan a un lado sus ambiciones y aspiraciones individuales, su vida social, en nombre de aquello que consideran lo más importante en esta vida, el amor, el estar a la sombra de un hombre hasta que la muerte los separe. Lo que no saben ellas es que llevan media vida compartiendo el lecho con un completo desconocido.
En fin, habrá que ponerse las botas, el abrigo y una falsa sonrisa para salir de casa; que hay cena y estamos en Navidad.