Excitada, recordándo tu visita inesperada del jueves, he subido a mi habitación a masturbarme en la comodidad de mi cama, oliendo y restregándome por unas sábanas que no cambié, encontrándome pelos tuyos... Pensando en cómo te zorrearía, en cómo me embestirías, en cómo te empaparía con mi coño chorreante, en cómo me mirarías, en las palabras sucias que me dirías... Pensando en que quizás en cuestión de una hora estuviéramos así. Pensando en llamarte para que vinieras ahora mismo y entregarnos nuestra voluntad mutuamente.
Tras correrme me he relajado y he pensado que quizás no sea buena idea que te llamara, que quizás no sea buena idea que follemos. Entonces lo que he pensado es que simplemente podríamos estar en mi sofá, acurrucados; incluso sin besos, sólo sentir calor.
Pero al rato me ha venido a la cabeza cuando follamos tan fuerte haciéndo que mi útero derrame algunas gotas de sangre, haciendo que sienta un dolor y un escozor agridulce en mi coño incluso estando de pie y hayan pasado un par de días. Y he vuelto a excitarme...
Vete de mi cabeza.
O bien vente,
y déjate llevar de la mano conmigo,
caminando a ciegas por laberintos oscuros,
plagados de rosas con espinas que te desgarran la piel,
pero que te embriagan con su aroma y con la suavidad de sus pétalos.
Sigamos como dos almas perdidas en búsqueda de algo de luz,
dejando todo un rastro de semen, sangre, sudor, lágrimas...
Dejemos que la culpa se disipe entre nuestros pasos,
que las dudas se evaporen entre gemidos,
que la angustia se rompa en mil pedazos cuando nuestros cuerpos estén unidos...
Vete.
O vente.