Muchas cosas han pasado
desde que no paso por aquí...
Ya no vivo en la ciudad
gris, vivo en Madrid. Ya no vivo en la casa victoriana, vivo en un
bloque de trece pisos en Madrid. Ya no vivo con gente que viene y va
de diferentes nacionalidades, vivo con mis padres. Ya no albergo un
secreto corrosivo, ni quedo a escondidas para acostarme con mi
amante.Ya no quedo con el señor malagueño para contarle mis traumas
(aunque le hecho de menos), ahora mi terapeuta es otra y trabaja en
un centro especializado en Madrid.
Cuando me marché no lo
hice por una decisión meditada, en absoluto, fue algo espontáneo
fruto de cierta borrachera emocional tras hablar con mis padres. Mi
alma se abrió y salieron volando cientos de mariposas de diferentes
colores. Además de eso, necesitaba como agua de mayo salir de la
ciudad gris, salir de esa relación que me traía más problemas que
alegrías y volver a un sitio con sol.
Me mudé antes de
Navidad, y la Navidad trajo más conflicto que reconciliación.
Ahora busco trabajo en un
mercado laboral que sigue igual de putrefacto que cuando me marché,
intento vivir relajada dentro de lo posible en el hogar patriarcal, y
no hago ni pizca de caso de la cantidad de sandeces que puedan llegar
a decir o pensar mis familiares, aunque me duelan.
Me voy de casa cuando mi
hermano viene de visita, y aunque mi familia no quiera entender la
verdad por pura debilidad y cobardía, eso no cambia mi
determinación.
Mientras tanto toca de
nuevo adaptarse a las distancias y el bullicio de Madrid, que me
resulta frustrante y agotador en ocasiones, sentir que no puedo
escapar de la gran ciudad ni respirar y echar de menos la playa y el
verdor de la ciudad gris, y su tranquilidad que me resultaba
aburrida.