Hay días que estoy contenta, porque ahora vivo en una casa
preciosa y con compañeros agradables, porque tengo un trabajo que no me da
quebraderos de cabeza, porque es verano y hay días que el tiempo es muy bueno y
vivo al lado de unas playas preciosas. Pero hay días que bajo de mi nube y me
mentalizo de la realidad que me ha tocado vivir.
Un buen amigo que tengo aquí, me dice que a mí me va ir
bien. Que tengo todo lo necesario para llegar al éxito porque soy joven, guapa
y lista. Pero las cosas no son tan sencillas, y por mi situación tengo más de
vulnerable que de joven, guapa y lista. Porque soy inmigrante, porque soy
mujer, porque soy trabajadora precaria de baja cualificación, porque no tengo
buena salud mental, porque soy joven, porque soy guapa… La belleza puede
traerte cosas muy malas…
A veces tengo miedo, tengo miedo de verme de nuevo en una
situación económica complicada, de tener que recurrir de nuevo al trabajo
sexual y en malas condiciones. Sé que tengo las herramientas necesarias para ir
saliendo de las adversidades, soy consciente de mi autosuficiencia, que puedo
salir adelante sin tenerle que pedir ayuda a nadie. Pero esa autosuficiencia que también es soledad
en ocasiones me abruma. Muchas personas ante problemas económicos recurren a la
pareja, a la familia. Yo no puedo recurrir a nadie.
Estos días me siento destemplada. Mi cuerpo me pide descanso
y ambiente cálido. Me siento destemplada entre otras cosas porque dentro poco
estaré en España. Y no quiero. No quiero ir a mi casa. En menos de una semana
estaré en España, viviendo, comiendo y durmiendo pared con pared con mi abusador.
Apenas he tenido contacto con él los últimos meses, y con mi familia en general. Me produce escalofríos hablar con él por
Skype, y aún así me es imposible concebir en un única persona al bueno y al
malo. La primera vez que fui consciente de lo que me había hecho, del daño que
a mí me ha causado, fue hace más de dos años cuando me dejó en la estación de
autobuses para coger el autobús que me llevaría de nuevo a Granada, donde yo me
sentía segura, lejos de mi hogar. Estábamos solos en el coche y yo me mostraba
con mucha frialdad. Discutimos algo para variar, pero fue en ese momento cuando
me di cuenta por primera vez que EL, era EL, el que me ha destrozado la vida. Fue
en Granada la primera vez que viví lejos de mi familia, y donde por casualidad,
buscando bibliografía para un trabajo de la carrera, me topé con las secuelas
del abuso sexual infantil. Empecé a devorar información, a seguir buscando, todo
tipo de publicaciones, documentales, tesis doctorales, me obsesioné, y fui recordando
algunas cosas, reconocer mis secuelas, aceptar que no sólo he sido víctima de
abusos sexuales en mi infancia por parte de un familiar, sino que estoy aquí y
puedo verbalizarlo, que soy una superviviente. Y el estar lejos me ayudó a
tomar distancia y verlo con otros ojos.
Me queda mucho camino por recorrer, me queda mucho por
sanar, y soy consciente de que por mi situación actual tengo un camino
complicado, pero también soy consciente de que soy una persona fuerte, porque
siendo niña viví durante años en el infierno, y si bien eso ha derivado en múltiples
problemas porque no me he criado en un entorno seguro, también yo misma he
tenido que arreglármelas como podía desde que era pequeña.