lunes, 11 de enero de 2016

Pandemia

Supongo que hay muchas cosas que marcan una gran diferencia entre España y Reino Unido. Los españoles valoran que es menor el desempleo y que no hay tanta corrupción, aunque luego en el día a día se estén quejando contínuamente del tiempo y de la comida. A mí lo que me llamó poderosamente la atención cuando llegué a vivir aquí, es el tratamiento que hay desde las instituciones y la visibilidad social hacia la violencia sexual.

El tema se ve, se respira en el ambiente. Una vez hablando con amigos sobre el abuso a menores, los españoles decían que aquí hay mucho pederasta. Yo dije que las cifras en Reino Unido y en España eran similiares. La gente se calló, me miraron como si fuera una extraterrestre y se cambió de tema. Las estadísticas son las mismas tanto en España como en Reino Unido, el problema está en que en España es un tema tabú y aquí en Reino Unido se lleva trabajando desde hace muchos años. Me resulta impensable que en España viera en el andén de un tren un anuncio del gobierno en el que aparecía el teléfono de asistencia a vícitimas de violencia sexual, que en una ciudad pequeña como en la que vivo hay que yo sepa hasta diez asociaciones que dan soporte a víctimas de violencia sexual. En las redes sociales y en los medios de comunicación es un tema que sale con bastante frecuencia, y las personas famosas dan su testimonio.

En España en comparación, el asociacionismo es mínimo, y en los movimientos sociales feministas en los que he andado medio metida mis últimos años de estar en España se trabajaba el acoso sexual callejero, había de vez en cuando alguna pincelada a las agresiones sexuales y el abuso sexual a menores era directamente inexistente. Y qué decir de las instituciones políticas, educativas y sanitarias si no hay una base social lo suficientemente sólida y fuerte que empuje las demandas.

Cuando me puse a investigar sobre abusos a menores y leía en diferentes publicaciones las estadísticas, siempre veía más o menos la misma incidencia: una de cada cuatro en el caso de las niñas y uno de cada ocho en el caso de los varones. La primera vez que ví eso por un lado me horrorizé, al ser consciente de que era una jodida pandemia. Pero por otro me tranquilizé, al saber que aquello que a mí me había ocurrido era algo relativamente frecuente y normalizado; me quitó un profundo peso de encima, me hizo sentir de alguna manera que no estaba tan estigmatizada, que había muchísima gente como yo.

El viernes pasado quedé con una amiga. Su madre ha tenido tres infartos en los últimos meses, tiene ya 80 años y seguramente pase a mejor vida en un futuro inmediato. Me contaba que el estado de su madre ha removido las relaciones familiares. La veía nerviosa, según avanzaba la conversación se iba agobiando más hasta que rompío a llorar. Me contó que su hermano abusaba de ella y que su madre la maltrataba, que se siente horrible al desear que su madre se muera para que al final ella pueda vivir tranquila. Entre abrazos y sollozos la dije que la entendía perfectamente, que en mi caso también era mi hermano el que abusaba de mí y que además de ello tuve que criarme con una figura materna que me insultaba, me gritaba, me amenazaba y me golpeaba.

Va pasando el tiempo y cada vez me veo con más fuerza y determinación no sólo para seguir adelante con mi vida, sino para trabajar luchando contra esta pandemia.

martes, 5 de enero de 2016



A veces queremos estar ciegos ante las evidencias que son desagradables y duelen, no queremos poner nombre y apellidos a momentos traumáticos que estamos viviendo, no los aceptamos ni los vemos como tal.

Ayer ella cogió un avión para volver a España a vivir, o mejor dicho, a Euskal Herria. Volver a su tierra, a su casa. Fue todo de repente, una decisión de la noche a la mañana empujada por el miedo y los nervios. Una decisión ante todo valiente. Ahora ella estára bien.Ha sido hoy cuando he empezado a asimilar que ella ya no va a vivir aquí, que está ciudad gris cada vez va quedando más vacía. Voy a echar mucho de menos su ausencia, pero por otro lado me hace muy feliz que vuelva a casa. Estoy cansada por el estrés de estos días de atrás y me siento triste, no sólo por su ausencia, sino por cómo los acontecimientos se han desencadenado de tan malas maneras. Pienso que quizás podría haber hecho algo para que las cosas hubieran sido de otra manera.

Ellos se conocieron en una discoteca hará año y medio. Yo iba borracha como una cuba, salí sola a la terraza a fumar y me puse a hablar y a decir estupideces a un grupo. Entre ellos estaba él, ella y él se conocieron y desde entonces hasta ahora. Desde un principio ella confiaba en mí a la hora de hablarme de las discusiones que tenían, que el se rayaba demasiado por cosas que no importaban, que era muy dependiente... En los primeros meses él quería más de ella pero ella no estaba del todo segura. Su relación era un constante discutir y reconciliarse. Hubo un momento en el que lo dejaron pero a los pocos días volvieron.

Los últimos cuatro meses la he visto cada vez más triste, más apagada. Siempre que la veía la decía. "¿Estás bien? Te veo muy apática, sin ganas de hacer nada. Te veo demasiado agobiada por cosas que no merecen la pena agobiarse de esa manera."

Otra amiga nuestra vivía con ella y con su novio. A ella le preguntaba cómo veía la relación, que si le contaba algo a ella, que yo la notaba demasiado agobiada. Me solía contestar que no le hablaba mucho del tema y que tampoco quería meterse donde no la llamaban. Entonces yo me quedaba en un mar de dudas, pensaba en que necesitaba un segundo punto de vista de alguien que también la conociera, pero por otro lado no quería romper la confianza que había depositado en mí, no sabía si debía contar cosas que sólo a mí me había contado. A veces yo misma pensaba que quizás yo era demasiado feminazi y simplemente no tolero cómo son y en qué se basan las relaciones de pareja.

Ella quería volverse a España, a él no le importaba mudarse a España y dejar Reino Unido, pero ella no veía claro un futuro con él. Pero en las últimas tres semanas las cosas se fueron poniendo feas, ella me contaba en detalle las discusiones que estaban teniendo y la dije claramente que le echara de casa, que había cruzado la línea, que eso no era amor, que eso era maltrato. El no quería irse hasta que tuviera casa, a ella le ofrecí varias veces que se viniera a mi casa, que iba a estar mejor. Me decía que no. Yo no sabía que hacer.

Después de estos días lo que me queda claro es que los asuntos íntimos y privados de las parejas hay que hablarlos entre amigos, que estoy harta del "ahí no debes meterte porque eso es asunto de la pareja en cuestión" y se cambie de tema. Que se podría haber evitado un desenlace tan trágico si hubiera más comunicación,